¡NECESITAMOS MAS ARTE QUE NUNCA! - Magda Farré

 
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La propagación del COVID-19 ha relegado a nuestra sociedad a un confinamiento forzoso, el cual ha provocado que prácticamente la totalidad del planeta contemple el mundo desde una pantalla multimedia y nos relacionemos a través de ella. 

Antes que la pandemia del coronavirus transformase drásticamente nuestras vidas ya nos habíamos acostumbrado a percibir e interpretar el mundo a través de una pantalla portátil.  Pero el confinamiento, o la  pérdida radical de contacto directo con el entorno, ha incrementado una gran desconfianza hacia nuestros propios sentidos y hacia nuestro pensar, provocando que a la hora de recoger información sobre la realidad circundante, deleguemos esta función en un dispositivo multimedia con acceso a Internet, equipado de videocámara, micrófono y aplicaciones.

La inteligencia artificial es una clase de inteligencia gélida y vacía, conformada por imágenes pixeladas y software, que reemplaza nuestra experiencia directa de las cosas. Sin darnos cuenta, estamos perdiendo el contacto con la realidad a una velocidad alarmante. Nuestros sentidos se desafinan y se atrofian por falta de uso. Todo el abanico de impresiones que solíamos recibir a través de ellos nos llega ya muy debilitado, dejando sin alimento a nuestra conciencia de vigilia  que paradójicamente, se encuentra más dormida que nunca. El uso de terminales móviles hace ya tiempo que amenaza nuestros sentidos. Y de aquí a encerrar asiduamente nuestras cabezas en un casco de realidad virtual solo hay un paso..., un paso más hacia el aislamiento total respecto al mundo exterior.

¿Y nuestro pensar?.

Internet no fomenta la reflexión personal, sino que favorece que los contenidos mentales propios estén siendo reemplazados por contenidos digitales externos. Además, los entornos virtuales están configurados de tal manera que nos transmiten noticias abreviadas y subdesarrolladas. Las aplicaciones tipo WhatsApp reducen las conversaciones a frases telegráficas y los emoticonos pretenden ”resumir” gráficamente nuestro sentir. También entornos como Facebook o Twitter -concebidos como una vía de expresión- limitan el número de caracteres, abreviando la comunicación al mínimo...  

¡Y cuanto más se reduce nuestra comunicación, más se debilita nuestro pensar!. 

 
 
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Con el paso del tiempo se va construyendo la estructura de un “nuevo pensar” que predispone al desarrollo de una mente superficial, dispersa e inepta para concentrarse. ¿Cuántos niños y jóvenes, aunque también adultos, son incapaces de permanecer tranquilos en una situación de espera?, ¿de fijar su atención?, ¿de afrontar la lectura de un libro?... Las respuestas a estas preguntas descarrilan en las numerosas vías de los  “Trastornos de Aprendizaje”.

Y así, sin casi darnos cuenta, vamos renunciando a nuestro propio pensar sobre las cosas y a la riqueza del mundo interior que conforma nuestra Identidad. Dejamos de ser los dueños de nuestra existencia terrenal y en su lugar sólo queda un inmenso vacío, sobre el que se fundamentan las más diversas y variadas adicciones, entre ellas la de Internet, retroalimentando este “círculo vicioso”.

Pero este fenómeno,  ¡NO es Irreversible! 

La tecnología digital  también nos brinda innegables beneficios si aprendemos a canalizar sus efectos nocivos. Efectos que aquí he diferenciado como la atrofia de los  sentidos y del pensar,  y la subsiguiente pérdida de sensibilidad anímica que daña nuestra salud y debilita nuestra personalidad. 

En cuanto a la función perceptiva de la existencia, se encuentran notables diferencias entre el hombre moderno y el de la antigüedad. El hombre de antaño aún conservaba la facultad de poder percibir las energías que palpitaban tras el tapiz sensorio y el objetivo -era entonces- enfocar los sentidos hacia la percepción diferenciada de las impresiones sensoriales.  En la actualidad nuestros sentidos deben afinarse como intérpretes de la sinfonía espiritual, capaces de transmitirnos una percepción integral de la realidad que abarque la dimensión física, anímica y espiritual. 

 
 
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Los sentidos y el alma se nutren con estímulos artísticos, naturales y portadores de verdad; mientras que la inteligencia digital es un mundo frío, artificial y engañoso.

La praxis artística nos despierta del letargo causado por la técnica digital, a la vez que nos permite explorar una nueva relación con la Belleza. Cultivar el sentido artístico nos proporciona una gran satisfacción, de la que irradia un inmenso calor. Goethe, ve en el Arte una revelación de las leyes ocultas de la naturaleza, las cuales nunca podrían manifestarse sin su actuación. El arte nos confiere la certeza de que tras los fenómenos naturales obra un sentido profundo, un orden trascendente en el que el alma puede apoyarse para contrarrestar la confusión y el vacío interior. 

El esfuerzo de hoy es recuperar la naturaleza propiamente humana. Nuestra psique y nuestros sentidos han de recibir el impulso vivificante que precisan, para no ser arrastrados hacia la decadencia digital. Es este el reto colectivo y cada ser humano, su protagonista.  Ante la gélida e inerte realidad virtual, el arte nos aporta calor y vida.

¡Necesitamos más Arte que nunca!

Magda Farré

Psicóloga y Arteterapeuta

arteterapia antroposofica